CARTA A LA VIDA V
Le temblaban las manos, apenas podía sostener el lápiz y su confusión era tal, que ya no podía distinguir si la causa era el Parkinson o el peso de los noventa años que acababa de cumplir. Toda una vida para recordar y sin embargo le había llegado el momento en que las imágenes no florecían con los colores de entonces, ni las épocas más preciadas marchaban una detrás de la otra para recordarlas en secuencias. Los rostros se confundían, las lágrimas no tenían sentido y las sonrisas, menos. No sabía si le importaba demasiado porque en este mundo no quedaba nadie con quien compartirlas.
Solo y olvidado, sentado en una silla de ruedas, miraba a través del ventanal en una esquina del salón de la residencia, sin ver nada. Le pareció que la vida ya no tenía sentido o quizás nunca lo tuvo. Se acercó lo más posible a la mesa y a duras penas apoyó el lápiz sobre el papel en blanco intentando escribir una carta, pero el resultado fue una serie de garabatos que sólo con esfuerzo e imaginación se podían leer. Comenzó con el título: Carta a la vida.
No es verdad todo lo que pienso, la fibra que me sostiene y el corazón que aún se esfuerza por latir me reclaman el derecho a sentarse a la mesa para debatir con la melancolía y el desasosiego. Es verdad que no lo recuerdo todo, pero sé, porque así lo intuyo, que algo tengo que agradecerle a la vida y gracias le doy por ser mi última compañera en este largo peregrinaje. Tengo razones inseguras que me hacen sospechar que alguna vez fui bueno, también malo y que otras veces dejé que pasaras sin levantar una mano para cambiar tu curso. Quiero creerme que el daño que causara en otros el egoísmo de mi autodeterminación no fuera irreparable y que mi remordimiento, aunque no sepa el por qué, sea genuino. Nunca podré borrar la sensación de ternura que dejan los besos que ya no tienen dueño, ni las visiones felices que aún oscilan en mi aura.
Sé que de ti, nadie se despide. Marchamos y eso es todo, pero al hacerlo, te dejaré el último aliento de mi cuerpo, la última sonrisa y la esperanza de que tu recorrido sea el espejo que refleja lo infinito que es el universo.
Marco Antonio
Le temblaban las manos, apenas podía sostener el lápiz y su confusión era tal, que ya no podía distinguir si la causa era el Parkinson o el peso de los noventa años que acababa de cumplir. Toda una vida para recordar y sin embargo le había llegado el momento en que las imágenes no florecían con los colores de entonces, ni las épocas más preciadas marchaban una detrás de la otra para recordarlas en secuencias. Los rostros se confundían, las lágrimas no tenían sentido y las sonrisas, menos. No sabía si le importaba demasiado porque en este mundo no quedaba nadie con quien compartirlas.
Solo y olvidado, sentado en una silla de ruedas, miraba a través del ventanal en una esquina del salón de la residencia, sin ver nada. Le pareció que la vida ya no tenía sentido o quizás nunca lo tuvo. Se acercó lo más posible a la mesa y a duras penas apoyó el lápiz sobre el papel en blanco intentando escribir una carta, pero el resultado fue una serie de garabatos que sólo con esfuerzo e imaginación se podían leer. Comenzó con el título: Carta a la vida.
No es verdad todo lo que pienso, la fibra que me sostiene y el corazón que aún se esfuerza por latir me reclaman el derecho a sentarse a la mesa para debatir con la melancolía y el desasosiego. Es verdad que no lo recuerdo todo, pero sé, porque así lo intuyo, que algo tengo que agradecerle a la vida y gracias le doy por ser mi última compañera en este largo peregrinaje. Tengo razones inseguras que me hacen sospechar que alguna vez fui bueno, también malo y que otras veces dejé que pasaras sin levantar una mano para cambiar tu curso. Quiero creerme que el daño que causara en otros el egoísmo de mi autodeterminación no fuera irreparable y que mi remordimiento, aunque no sepa el por qué, sea genuino. Nunca podré borrar la sensación de ternura que dejan los besos que ya no tienen dueño, ni las visiones felices que aún oscilan en mi aura.
Sé que de ti, nadie se despide. Marchamos y eso es todo, pero al hacerlo, te dejaré el último aliento de mi cuerpo, la última sonrisa y la esperanza de que tu recorrido sea el espejo que refleja lo infinito que es el universo.
Marco Antonio
Es una carta muy especial. Muy íntima.
ResponderEliminarNo digo más, tan solo te envío un fuerte abrazo.
El momento amargo de estar yéndose, con todas las miserias que nos va dejando silenciosamente la vida, con forma de limitaciones. Si no existiera la esperanza de la eternidad...y aún así... Recuerdo las palabras de Simone de Beavoir en Una muerte muy dulce, en la que habla de su madre, desde una caida que tuvo estando sola en su depto. hasta su muerte, poco tiempo después, en un hospital. Hablando de la muerte dice Simone que ella es siempre un accidente, como un motor que se detiene en el aire y aún si el hombre la conoce y la acepta es siempre una violencia indebida.
ResponderEliminarUna carta "valiente". Necesaria. Con un valor que va más allá, mucho más allá de sus méritos literarios.
Beso enorme, Marco.
que bella y dulce carta, saber que estás partiendo pero una pequeña luz tienes aún en tu mente para escribir una carta la vida. Gracias Marco Antonio por este regalo pleno de amor que dibujan tus letras.
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