Siempre recordarás la primera vez que se rompió tu corazón. Quizás aún puedas evocar dentro de la confusión y el revuelo de las imágenes que golpean tu subconsciente, aquella que causó tanto daño cuando tu vida aún carecía de los instrumentos de defensa para protegerte del desasosiego que causa ese primer amor.
Hubo otro instante único que no hay que recordarlo porque vive acuñado en ti. Aquella vez cuando el amor de tu vida tocó a la puerta sin ser correspondido o entendido. Aquella vez cuando el tiempo no fue suficiente para saborearlo todo y el verdadero amor se escurrió entre tus dedos como el agua mansa que desorienta los sentidos.
Entonces el corazón remendado volvió a romperse, esta vez para nunca más latir al compás de la confianza ciega o entregarse a la ilusión sin reparos. Se rompe pero siempre encuentra la manera de continuar su trayectoria; maltrecho, pero con la indescifrable convicción de que su tarea es mucho más digna y majestuosa porque el ser humano es más de lo que el entorno ofrece.
Así transitamos por la vida dispensando emociones, entre ellas, el amor. Este, que al parecer se alberga en cada latido de ese impredecible corazón que en su ilimitada capacidad persiste en llevarnos más allá del último suspiro.
Marco Antonio