LO QUE SIEMPRE HEMOS QUERIDO DECIR, PERO HASTA AHORA NUNCA NOS ATREVIMOS

viernes, 26 de noviembre de 2010

LA MADRE DEL TIEMPO



Quiero escribirle a la madre del tiempo
para que mis palabras abrasen sus pupilas,
las tuyas y las mías, las de todos los otros
que ciegos de envidia marcharon a otra vida.
Confesaré los miedos que manchan mis espejos
y el pesar de saber que me arrastro en su aliento,
preguntaré por las horas perdidas en las sombras,
las que trajeron luz; a vuelta de inocencias.
Será una comunión de largas moralejas,
es mi carta de amor a una madre ramera
que a su paso despoja, desangra y desvalija,
sin prometer mañanas y sin menguar distancias.
Sólo me queda alma para surcar tu rumbo
y entregar esta carta ya marchita la rabia.
En la espera final no me queda la duda
que llegarás a tiempo, para morir conmigo.


Marco Antonio

miércoles, 24 de noviembre de 2010

HACE UN MANOJO DE AÑOS...


-No es fácil cumplir sesenta años -dije llenándome la boca con una sonrisa desbordante, como si apenas me importara, o como si lo hubiera dicho de compromiso.
El hombre me miró comprensivo, con una alegría rara bailándole en los ojos y enseguida me arrepentí de lanzar así nomás una frase que podía ser desafortunada: era obvio que él había traspasado esa frontera y también otras, pero... si quería saber de mí, si se consideraba apto para rastrear y encontrar con su estudio grafológico y su test seudocientífico las causas de mi neuralgia, se lo tenía que aguantar.

El caso es que me importa, y mucho. Lo digo en el papel, se lo digo al papel confiándole el asunto, aunque desde el último domingo, día en que inexorablemente metí adentro de mi vida las seis décadas, desde el momento mismo en que entré al dormitorio de mi madre y le di un abrazo apretadísimo felicitándola (tengo por regla felicitar siempre a la parturienta), algo como un triste alivio se asentó sobre mis alas, esas de volar sobre realidades y fantasías y que siempre están allí, de a ratos más raídas, de a ratos vigorosas como en los días de su estreno.

Ya tengo sesenta años. Ya he cruzado el puente y los tiempos de la plenitud han quedado del otro lado. Desde aquí los veo y les sonrío: siguen siendo míos aunque no estoy en ellos. Es otro el territorio en el que ahora habito, un territorio desapoderado de mediodías y de ambiciones,

No estoy triste. He cruzado. Todo parece igual y todo es diferente. No sólo la neuralgia, eh? Las cervicales empiezan a cobrar algún tributo y el chocolate no sólo engorda sino que trae colesterol. Y hasta versar me sale con un aroma a uvas venerables.

Hay cosas que ya no serán y casi no duele. Hay cosas que fueron y aún llevo en mí su fragancia inagotable. Vendrán otras necesarias, aunque ásperas. Y también quedan por lograr algunas gratitudes.

A caminar, entonces. Que la vida espera. Y ya tiene su carta. La mía.

Rafaela Pinto

martes, 23 de noviembre de 2010

MI CARTA


CARTA A LA VIDA V

Le temblaban las manos, apenas podía sostener el lápiz y su confusión era tal, que ya no podía distinguir si la causa era el Parkinson o el peso de los noventa años que acababa de cumplir. Toda una vida para recordar y sin embargo le había llegado el momento en que las imágenes no florecían con los colores de entonces, ni las épocas más preciadas marchaban una detrás de la otra para recordarlas en secuencias. Los rostros se confundían, las lágrimas no tenían sentido y las sonrisas, menos. No sabía si le importaba demasiado porque en este mundo no quedaba nadie con quien compartirlas.

Solo y olvidado, sentado en una silla de ruedas, miraba a través del ventanal en una esquina del salón de la residencia, sin ver nada. Le pareció que la vida ya no tenía sentido o quizás nunca lo tuvo. Se acercó lo más posible a la mesa y a duras penas apoyó el lápiz sobre el papel en blanco intentando escribir una carta, pero el resultado fue una serie de garabatos que sólo con esfuerzo e imaginación se podían leer. Comenzó con el título: Carta a la vida.

No es verdad todo lo que pienso, la fibra que me sostiene y el corazón que aún se esfuerza por latir me reclaman el derecho a sentarse a la mesa para debatir con la melancolía y el desasosiego. Es verdad que no lo recuerdo todo, pero sé, porque así lo intuyo, que algo tengo que agradecerle a la vida y gracias le doy por ser mi última compañera en este largo peregrinaje. Tengo razones inseguras que me hacen sospechar que alguna vez fui bueno, también malo y que otras veces dejé que pasaras sin levantar una mano para cambiar tu curso. Quiero creerme que el daño que causara en otros el egoísmo de mi autodeterminación no fuera irreparable y que mi remordimiento, aunque no sepa el por qué, sea genuino. Nunca podré borrar la sensación de ternura que dejan los besos que ya no tienen dueño, ni las visiones felices que aún oscilan en mi aura.
Sé que de ti, nadie se despide. Marchamos y eso es todo, pero al hacerlo, te dejaré el último aliento de mi cuerpo, la última sonrisa y la esperanza de que tu recorrido sea el espejo que refleja lo infinito que es el universo.


Marco Antonio