En tres zancadas el animal alcanzó el final del callejón y de un salto se precipitó contra su pecho, el impacto le derrumbó sobre el pavimento dejándolo prácticamente indefenso. Sintió la humedad de su propia sangre saturando la camisa a la altura del cuello, no podía respirar, ni tampoco visualizar lo que estaba ocurriendo, su garganta estaba aprisionada entre las enormes fauces del Rottweiler.
Ella procedía de una familia acomodada, él era un misterioso soñador aventurero que al terminar la carrera de ingeniería solicitó asociarse a una ONG (médicos sin fronteras) en África. Allí, apartado del mundo, trabajó aportando ayuda logística en un lugar agreste y solitario. Su relación con Graciela comenzó en uno de los campamentos en Marruecos, dos años más tarde contrajeron matrimonio y regresaron a España contra los deseos de Germán. Graciela había cumplido los veinticuatro años cuando tuvo su primer bebé y apenas dos meses después, estaba embarazada por segunda vez. Germán había perdido el empleo en medio de la crisis económica que azotaba a Europa y sabía que encontrar otro trabajo era un sueño remoto.
Comenzaron las discusiones y los argumentos por dinero y las limitaciones económicas para viajar por el mundo como él siempre había soñado. Germán, en su frustración, comenzó a beber y ausentarse dejándola desatendida con un bebé recién nacido y otro a punto de nacer. Su única compañía era el corpulento perro de la raza Rottweiler que habían comprado al regresar de Marruecos. El matrimonio comenzó a desarticularse y las discusiones eran cada vez más fuertes hasta convertirse en batallas campales donde Graciela siempre llevaba la peor parte, su única protección era el perro que se interponía entre los dos intentando protegerla cuando Germán, en estado ebrio, enloquecía e intentaba golpearla.
Los padres de Graciela finalmente se enteraron de lo que estaba ocurriendo por un vecino de puertas del matrimonio e inmediatamente vinieron a socorrerla. La trasladaron a su casa bajo protestas, ella rehusaba dejar a su marido aunque estaba prácticamente abandonada y a punto de dar a luz. Con ella y el bebé, también se llevaron al perro. Esa madrugada Germán en un estado incoherente, golpeó la puerta de sus suegros demandando que su mujer e hijo regresaran a su casa, la algarabía fue tal, que finalmente la policía se presentó y lo arrastró al calabozo. La niña nació unos días después y en cuestión de semanas las numerosas promesas y disculpas de Germán surgieron efecto y ella y los niños regresaron a su casa, también los acompañó el perro.
El hedor de su cuerpo alcoholizado era más de lo que Graciela estaba dispuesta a soportar a su lado en la cama. Le empujó con todas sus fuerzas y girando una media vuelta el borracho cayó de la cama. Se levantó a duras penas y volviendo a la cama la emprendió a golpes con ella causándole un corte en el pómulo derecho y aflojándole dos dientes de otro puñetazo. Finalmente se sentó sobre ella inmovilizándola y comenzó a infligirle terribles golpes en sus pechos y en las costillas; ella intentó gritar, pero él le calló la boca de un puñetazo. Los niños comenzaron a llorar y el perro ladraba furioso mientras saltaba contra la puerta de cristal que separaba el patio de la habitación.
El teléfono de la mesilla de noche sonó estrepitosa mente, el padre de Graciela despertó alarmado y levantó el auricular: ¡Ese marido borrachón está matando a tu hija! ¡ Vamos a llamar a la policía! .Se precipitaron escaleras abajo en pijamas, recogieron las llaves del coche y mientras él maniobraba para salir del garaje, ella llamaba a la policía. Los gritos, los llantos y los ladridos eran escalofriante, muchos vecinos habían salido a la calle y algunos más arriesgados se atrevieron a golpear en la puerta.
El Rottweiler había perdido la razón, su instinto natural le exhortaba a defender a su ama. Continuaba catapultando su poderoso cuerpo contra el cristal de la puerta del patio, pero la estructura resistía todos sus embates. El padre de Graciela dejó el coche en marcha y corrió hacia la puerta donde varios vecinos intentaban forzar la entrada; era una puerta de seguridad capaz de resistir mucho más. El padre se dirigió a toda prisa por el costado del edificio hasta llegar a un muro desde donde podía claramente oír los furiosos ladridos del perro. Intentó escalarlo pero le fue imposible. Mirando a su alrededor pudo ver unos cajones de basura abandonados y con ellos hizo un montículo lo suficientemente alto para permitirle saltar y así lo hizo.
El enloquecido perro oyó el movimiento al fondo del patio y volviéndose localizó a la figura que avanzaba en su dirección. Emprendió una vertiginosa carrera y de un salto derribó al padre de Graciela, segundos más tarde, había cerrado su poderosa mandíbula sobre la garganta del pobre hombre que en un instante quedó despedazada. Ahora, a la merced del desquiciado animal, su vida estaba a punto de apagarse. El perro regresó a toda carrera a la casa y otra vez se abalanzó sobre la puerta, esta vez con tal fuerza, que el cristal cedió explotando en mil pedazos.
Germán no había cesado de golpear el cuerpo inánime de Graciela, los dos estaban bañados en sangre, pero el demente continuaba infligiendo porrazos a su víctima. El perro saltó sobre él, pero Germán tuvo tiempo de cubrirse la cara y neutralizar la embestida. Como si de pronto la lucidez hubiese despertado en su cerebro, actuó con rapidez y se resguardó detrás de Graciela. Cuando el perro inició su segundo ataque, Germán lo esquivó lanzándole el cuerpo exánime de su mujer, el perro confundido, por un instante perdió su agresividad, momento que el marido aprovechó para desaparecer por la grieta en la puerta. Por unos segundos el Rottweiler lamió el rostro de Graciela y gimió tristemente. Intentó despertarla empujando el cuerpo con su cabeza, pero en vano, finalmente pareció concentrarse en la brecha en el cristal y de un salto desapareció a través deL agujero.
Germán había logrado escalar el muro y escapar por los senderos entre los patios que separaban una casa de otra. No estaba seguro de lo que había pasado, pero su cabeza ya libre del estupor del alcohol, le dictaba que huyera. No podían permitir que lo encontraran, si así fuera, todo saldría a la luz, todo sería una verdadera catástrofe. Mientras corría, por su mente pasaron celajes de un momento años atrás, borracho como esta vez, cuando agredió a una puta dejándola por muerta en el hotel . Sus recuerdos retrocedieron aún más y se vio en el momento en que descubrió la relación de su madre con el hermano de su padre. Nunca más se cruzó una palabra entre madre e hijo. Germán tenía diez años cuando su tío se ahogó; pescaban juntos en el Mediterráneo, al tío nunca le encontraron.
Sacudió la cabeza y volvió a la realidad, su desesperada carrera lo había llevado a un callejón sin salida, se volvió bruscamente e intentó buscar otra vía de escape ...
En tres zancadas el animal alcanzó el final del callejón y de un salto se precipitó contra su pecho...
Ella procedía de una familia acomodada, él era un misterioso soñador aventurero que al terminar la carrera de ingeniería solicitó asociarse a una ONG (médicos sin fronteras) en África. Allí, apartado del mundo, trabajó aportando ayuda logística en un lugar agreste y solitario. Su relación con Graciela comenzó en uno de los campamentos en Marruecos, dos años más tarde contrajeron matrimonio y regresaron a España contra los deseos de Germán. Graciela había cumplido los veinticuatro años cuando tuvo su primer bebé y apenas dos meses después, estaba embarazada por segunda vez. Germán había perdido el empleo en medio de la crisis económica que azotaba a Europa y sabía que encontrar otro trabajo era un sueño remoto.
Comenzaron las discusiones y los argumentos por dinero y las limitaciones económicas para viajar por el mundo como él siempre había soñado. Germán, en su frustración, comenzó a beber y ausentarse dejándola desatendida con un bebé recién nacido y otro a punto de nacer. Su única compañía era el corpulento perro de la raza Rottweiler que habían comprado al regresar de Marruecos. El matrimonio comenzó a desarticularse y las discusiones eran cada vez más fuertes hasta convertirse en batallas campales donde Graciela siempre llevaba la peor parte, su única protección era el perro que se interponía entre los dos intentando protegerla cuando Germán, en estado ebrio, enloquecía e intentaba golpearla.
Los padres de Graciela finalmente se enteraron de lo que estaba ocurriendo por un vecino de puertas del matrimonio e inmediatamente vinieron a socorrerla. La trasladaron a su casa bajo protestas, ella rehusaba dejar a su marido aunque estaba prácticamente abandonada y a punto de dar a luz. Con ella y el bebé, también se llevaron al perro. Esa madrugada Germán en un estado incoherente, golpeó la puerta de sus suegros demandando que su mujer e hijo regresaran a su casa, la algarabía fue tal, que finalmente la policía se presentó y lo arrastró al calabozo. La niña nació unos días después y en cuestión de semanas las numerosas promesas y disculpas de Germán surgieron efecto y ella y los niños regresaron a su casa, también los acompañó el perro.
El hedor de su cuerpo alcoholizado era más de lo que Graciela estaba dispuesta a soportar a su lado en la cama. Le empujó con todas sus fuerzas y girando una media vuelta el borracho cayó de la cama. Se levantó a duras penas y volviendo a la cama la emprendió a golpes con ella causándole un corte en el pómulo derecho y aflojándole dos dientes de otro puñetazo. Finalmente se sentó sobre ella inmovilizándola y comenzó a infligirle terribles golpes en sus pechos y en las costillas; ella intentó gritar, pero él le calló la boca de un puñetazo. Los niños comenzaron a llorar y el perro ladraba furioso mientras saltaba contra la puerta de cristal que separaba el patio de la habitación.
El teléfono de la mesilla de noche sonó estrepitosa mente, el padre de Graciela despertó alarmado y levantó el auricular: ¡Ese marido borrachón está matando a tu hija! ¡ Vamos a llamar a la policía! .Se precipitaron escaleras abajo en pijamas, recogieron las llaves del coche y mientras él maniobraba para salir del garaje, ella llamaba a la policía. Los gritos, los llantos y los ladridos eran escalofriante, muchos vecinos habían salido a la calle y algunos más arriesgados se atrevieron a golpear en la puerta.
El Rottweiler había perdido la razón, su instinto natural le exhortaba a defender a su ama. Continuaba catapultando su poderoso cuerpo contra el cristal de la puerta del patio, pero la estructura resistía todos sus embates. El padre de Graciela dejó el coche en marcha y corrió hacia la puerta donde varios vecinos intentaban forzar la entrada; era una puerta de seguridad capaz de resistir mucho más. El padre se dirigió a toda prisa por el costado del edificio hasta llegar a un muro desde donde podía claramente oír los furiosos ladridos del perro. Intentó escalarlo pero le fue imposible. Mirando a su alrededor pudo ver unos cajones de basura abandonados y con ellos hizo un montículo lo suficientemente alto para permitirle saltar y así lo hizo.
El enloquecido perro oyó el movimiento al fondo del patio y volviéndose localizó a la figura que avanzaba en su dirección. Emprendió una vertiginosa carrera y de un salto derribó al padre de Graciela, segundos más tarde, había cerrado su poderosa mandíbula sobre la garganta del pobre hombre que en un instante quedó despedazada. Ahora, a la merced del desquiciado animal, su vida estaba a punto de apagarse. El perro regresó a toda carrera a la casa y otra vez se abalanzó sobre la puerta, esta vez con tal fuerza, que el cristal cedió explotando en mil pedazos.
Germán no había cesado de golpear el cuerpo inánime de Graciela, los dos estaban bañados en sangre, pero el demente continuaba infligiendo porrazos a su víctima. El perro saltó sobre él, pero Germán tuvo tiempo de cubrirse la cara y neutralizar la embestida. Como si de pronto la lucidez hubiese despertado en su cerebro, actuó con rapidez y se resguardó detrás de Graciela. Cuando el perro inició su segundo ataque, Germán lo esquivó lanzándole el cuerpo exánime de su mujer, el perro confundido, por un instante perdió su agresividad, momento que el marido aprovechó para desaparecer por la grieta en la puerta. Por unos segundos el Rottweiler lamió el rostro de Graciela y gimió tristemente. Intentó despertarla empujando el cuerpo con su cabeza, pero en vano, finalmente pareció concentrarse en la brecha en el cristal y de un salto desapareció a través deL agujero.
Germán había logrado escalar el muro y escapar por los senderos entre los patios que separaban una casa de otra. No estaba seguro de lo que había pasado, pero su cabeza ya libre del estupor del alcohol, le dictaba que huyera. No podían permitir que lo encontraran, si así fuera, todo saldría a la luz, todo sería una verdadera catástrofe. Mientras corría, por su mente pasaron celajes de un momento años atrás, borracho como esta vez, cuando agredió a una puta dejándola por muerta en el hotel . Sus recuerdos retrocedieron aún más y se vio en el momento en que descubrió la relación de su madre con el hermano de su padre. Nunca más se cruzó una palabra entre madre e hijo. Germán tenía diez años cuando su tío se ahogó; pescaban juntos en el Mediterráneo, al tío nunca le encontraron.
Sacudió la cabeza y volvió a la realidad, su desesperada carrera lo había llevado a un callejón sin salida, se volvió bruscamente e intentó buscar otra vía de escape ...
En tres zancadas el animal alcanzó el final del callejón y de un salto se precipitó contra su pecho...
Marco Antonio