LO QUE SIEMPRE HEMOS QUERIDO DECIR, PERO HASTA AHORA NUNCA NOS ATREVIMOS

sábado, 24 de septiembre de 2011

DESENLACE IMPREDECIBLE


DESENLACES IMPREDECIBLES
(Segunda parte)
Cuando se desatan las pasiones incontrolables, perdemos la perspectiva y se crea una realidad que solo cumple un objetivo: el que queremos ver. Desde no muy lejos contemplo la vida de una familia cuyos puntales están a punto de desmoronarse. El desamor entró por la puerta, esa que todos mantenemos bien cerrada, y se pronunció como una sentencia cargada de desprecios y desconfianza.
Él la conoció en un viaje de placer en la costa del Mediterráneo y entre las sábanas de la nueva aventura, perdió el rumbo y el sentido de la responsabilidad. Todos entendemos algo de estas cosas que pasan en la vida, pero ¿quién se las explica al niño de ocho años que pregunta por qué su padre ha desaparecido? Su madre, tampoco lo entiende, porque hasta hace poco todo parecía un cuento de hadas donde la felicidad nunca termina. Sin embargo, ahora la vida para ella se ha convertido en una selva donde los caminos son todos inciertos y el intentar sobrevivir y perdonar es una panacea, porque bien sabe que va pisando en falso.
No es fácil desprenderse del amor cuando te entregaste de cuerpo y alma a un hombre que te prometió formar parte del resto de tu vida. No es fácil apagar la llama de un idilio cuyo fruto es la criatura que te mira con la pregunta en los ojos y para la que no hay respuesta. Ellos pertenecen a un mundo especial, un mundo desconocido para nosotros, el de los sordos, pero el más lastimado no lo es. Gracias a Dios el resto de nosotros, desde no muy lejos mantenemos los brazos abiertos para llenar los espacios grises que esta familia no puede satisfacer por causa de su incapacidad.
Pero el desenlace es injusto… porque la ausencia premeditada de su padre, ésa, nadie la puede reemplazar.

Marco Antonio

lunes, 19 de septiembre de 2011

CARTA A LA VIDA XXXIV María Susana


Cuentos de abuelas que se fueron pasando a los hijos, a los nietos y así sucesivamente. Cuentos que con ojos azorados y bocas abiertas escuchábamos ensimismados. La abuela Catalina, pequeñita y de ojos claros (que ella odiaba) relataba sus historias con mucha paciencia creando un aura de complicidad que fascinaba a sus nietos.

Recuerdo el relato de su viaje a la Argentina con su madre y seis hermanitos, sin ninguna otra compañía que la soledad del oscuro mar, en un barco que al parecer, ante los ojos de una niña cuajada de pesadumbres, era inmenso. El reencuentro con su padre que había llegado un año antes a estas tierras fue maravilloso y un alivio para la nostalgia de haber dejado Turín y saber que nunca regresarían, cosa que así fue.

En esta tierra conoció a su marido Pellegrín Pais, un hombre mayor que ella, le llevaba más de veinte años, era moreno, de ojos negros y gallego. De esa unión nacieron sus catorce hijos de los cuales sobrevivieron nueve, aquellas eran épocas en que las enfermedades mataban.
Catalina fue feliz, diría que jamás la vi de mal talante, por el contrario, siempre una sonrisa iluminaba sus labios. También nos contaba del campo, un terreno pequeño siempre sembrado que un día por desgracia el abuelo perdió por ser bueno y cederlo como garantía a un supuesto amigo. Nos contó del caballo overo que la llevaba del campo a la casa y que el abuelo con un solo golpecito en las ancas que siempre le daba antes de partir, diciédole:
Lleva a esta nena a casa— y el caballito obediente la llevaba de regreso al hogar.

Nos contó de la pobreza que volvió a vivir, algo parecido a la que vino con ella desde Turín, pero siempre con su sonrisa fresca y sus ojos celestes claros dandonos ánimo. Nos hablo de la tierra donde nació, pero siendo entonces tan pequeña, una niña de solo seis años, la vida se había encargado de hacerla olvidar muchas cosas. Amó a su Argentina con verdadera pasión. Aquí dejó su semilla- sus hijos- que se criaron fuertes y trabajadores para darle a ella una vejez tranquila.

Mi familia es una hermosa composición de español e italiano, de la cual nunca renegaré, mis raíces están aquí en Argentina pero llevo genes de ambos países.
Ya partieron todos, padre, madre y nueve hermanos se han ido, la última fue esa niña- mi madre- la que el overo llevaba despacito hasta la casa, a la que nunca terminaré de llorar y extrañar.
¿Me pregunto si estarán todos felices? Y se me hace un nudo en la garganta que me impide tragar cuando los recuerdos se instalan en mi corazón. Aquellas historias tan bien contadas y siempre tan bien recibidas. Ahora que todos se han ido, los evoco en este relato y pienso con fe que volveré a estar con ellos y escucharé sus voces de nuevo contándome las historias que aún quedaban por narrar.

María Susana