En el organismo existe una coraza orgánica que recubre nuestros instintos ancestrales y no permite que estos desencadenen el caos que sin duda desfiguraría nuestra personalidad, esa de la cual nos valemos para presentarnos ante la vida todos los días.
¿Quién, en ocasiones, no se ha visto al borde del abismo cegado por la petulancia irrespetuosa de un egocéntrico ignorante que nos insulta con su verborrea o algo peor? Sabes que en el transcurso de nuestra existencia muchas veces e inconscientemente hemos llegado hasta los confines de la cordura rompiendo con todos los preceptos que nos protegen intentando desbordar esos códigos que delatan nuestro verdadero origen.
Abandonamos la prudencia y el tacto para poner a prueba los límites de esa barrera embrionaria, cuando bien sabemos que todo es parte de un proceso biológico de supervivencia y esa coraza orgánica es la barrera que nos provee de una apariencia civilizada aceptable ante la elaborada estructura de nuestra sociedad y así vamos prosperando del brazo de la vida. Aún no hemos acumulado suficiente energía negativa para atravesar lo que ha tomado a nuestra genética siglos de evolución para lograr avanzar hasta donde hemos llegado; un mundo aparentemente cuerdo y civilizado.
Nunca, pero nunca, admitiremos ante nuestros semejantes que somos conscientes del forúnculo interno que forma parte del milagro de la creación, esa bestia que desde un principio contenemos detrás de la barrera, el ente primitivo al que pudiésemos retroceder si la humanidad, tal como la conocemos dejara de existir. Si regresáramos a nuestros orígenes, como ya lo hemos decidido sin pensarlo demasiado, continuaríamos exterminando toda forma de vida a nuestro paso como lo hacemos ahora. Entonces sólo nos quedaría el instinto fundamental: El de la supervivencia. ¡Que ironía!
Marco Antonio
¿Quién, en ocasiones, no se ha visto al borde del abismo cegado por la petulancia irrespetuosa de un egocéntrico ignorante que nos insulta con su verborrea o algo peor? Sabes que en el transcurso de nuestra existencia muchas veces e inconscientemente hemos llegado hasta los confines de la cordura rompiendo con todos los preceptos que nos protegen intentando desbordar esos códigos que delatan nuestro verdadero origen.
Abandonamos la prudencia y el tacto para poner a prueba los límites de esa barrera embrionaria, cuando bien sabemos que todo es parte de un proceso biológico de supervivencia y esa coraza orgánica es la barrera que nos provee de una apariencia civilizada aceptable ante la elaborada estructura de nuestra sociedad y así vamos prosperando del brazo de la vida. Aún no hemos acumulado suficiente energía negativa para atravesar lo que ha tomado a nuestra genética siglos de evolución para lograr avanzar hasta donde hemos llegado; un mundo aparentemente cuerdo y civilizado.
Nunca, pero nunca, admitiremos ante nuestros semejantes que somos conscientes del forúnculo interno que forma parte del milagro de la creación, esa bestia que desde un principio contenemos detrás de la barrera, el ente primitivo al que pudiésemos retroceder si la humanidad, tal como la conocemos dejara de existir. Si regresáramos a nuestros orígenes, como ya lo hemos decidido sin pensarlo demasiado, continuaríamos exterminando toda forma de vida a nuestro paso como lo hacemos ahora. Entonces sólo nos quedaría el instinto fundamental: El de la supervivencia. ¡Que ironía!
Marco Antonio