Hay que batir las alas fuertemente para elevarse sobre la miasma que se deposita sobre nuestras vivencias. Esos párrafos que vamos escribiendo a través del tiempo, estampas preñadas de impresiones subrepticias y que sin premeditación alguna terminan salpicadas de esta insospechada mugre que siempre nos llega de sorpresa y que forma parte de las casualidades cotidianas que se pueden materializar en cualquier momento. Así transcurre la vida, sin medir el tiempo ni plantar carteles para anunciar un cambio, simplemente en un abrir y cerrar de ojos sientes en tu fibra la distorsión del instante y sin avisos, el todo de tu vida ha sido transportado y distorsionado para plagarlos de borrones e incertidumbres.
Sin dudas nuestras vidas son como la paradoja de un acertijo que no conforma con los preceptos que nos inculcaron nuestros predecesores, porque todo esto va más allá de lo que somos capaces de pronosticar e inmediatamente en un acto descarnado, cuando menos lo esperamos, pasamos a formar parte del reclamo brutal que modela la fibra de lo que somos, de lo que fuimos y de lo que seremos.
Hay que batir las alas fuertemente para no desfigurarnos, para que de alguna manera el perfil de nuestra inocencia ancestral prevalezca y continuemos imaginando que somos la persona que creemos ser y para eso hay que tener alas de ángel y espíritus fortificados con grandes dosis de Fe que te ayuden a elevarte sobre todas estas vicisitudes; así podremos cumplir con el propósito y la razón de nuestra existencia.
No hay secretos, sólo realidades en caminos bifurcados y nunca es tiempo para dar la espalda a nuestros sueños y obligaciones, aunque estos lleguen tan lejos como para presenciar nuestros últimos suspiros.
Marco Antonio