Alguien tocó a mi puerta suavemente, pregunté con desconfianza quién era, miré por el pequeño agujero en la madera, pero no había nadie. Nunca llegué a entender cómo se manifestó la respuesta pero estoy seguro que oí cuando dijeron que era "Los buenos tiempos".
—Los buenos tiempos no han pasado por esta casa en años—respondí con un tono agresivo sin atreverme a abrir y sin aún poder precisar si había alguien ahí— Hace mucho tiempo que la mala suerte y las desgracias conviven en esta casa y la verdad es que se han acomodado tan bien en nuestro entorno, que al parecer, no tienen planes de marcharse, ni siquiera de vacaciones.
—No recuerdo haber tocado a una puerta y que alguien en este mundo me haya negado la entrada —me dijo la misteriosa voz en mi cabeza, sin yo saber exactamente de donde provenía— no puedo creer que usted se haya acostumbrado a convivir con tal melodrama y ser el anfitrión de la desdicha y la desventura.
Traté de reconstruir memorias y recordé que hubo tiempos en que la felicidad que traen los buenos tiempos estuvo en mi casa y compartió conmigo. Fueron tiempos maravillosos de dulce cohabitar, envueltos en un aura de paz y tranquilidad. Éramos dos, cómo lo somos ahora, y sin saberlo vivíamos escondidos de la realidad en aquél lugar idílico protegido por el mar y la arena de un mundo que ahora sabemos, nada tiene que ver con éste.
—Acuerdo haberte dejado abandonado en otro lugar—le grité– y me atrevo a jurar que de allí nunca te moverías, porque nadie, con sentido común, te dejaría escapar como lo hicimos nosotros—Aquí, en esta casa, ahora mismo somos muchos y no creo que si estás intentando entrar, tú seas quién dices ser. Nunca he oído que las desgracias y las desdichas pudiesen cohabitar con la felicidad de los buenos tiempos en un mismo espacio, así que debes ser algo abominable que intenta unirse al resto de mis tribulaciones. Entonces sentí que se alejaba de mí puerta y una dulce voz dentro de mi cabeza o quizás en mi corazón, de eso no estoy del todo seguro, me dijo:
—No vine a quedarme, solo a recordarte que sigo allí donde me dejaste y que cuando estos malos tiempos y sus consecuencias se aburran de arañar tu alma... Allí estaré como siempre esperando. El tiempo nunca se detiene, eso bien lo sabes, tampoco permite tanto a lo bueno como a lo malo permanecer en un lugar indefinidamente. Así es la vida y éstas son sus etapas, como los inviernos, las primaveras y los veranos. Las estaciones tienen su momento y nunca se les otorga un estado de permanencia.
Quizás aún quede tiempo en el invierno de tu existencia para encontrarte nuevamente en el camino. Te prometo que esta vez será una estancia prolongada, lo suficiente larga como para sanar las heridas de tan cruel y arraigada experiencia. No desesperes.
Marco Antonio