La niña me llama Tita y se abraza fuertemente a mí hasta casi ahogarme cuando su mamá le cruza los cachetes redondos de una bofetada. Ella ya no llora, dejó de hacerlo hace mucho tiempo cuando su papá dio tal paliza a su mamá que vinieron hombres vestidos de blanco para llevársela en una cama sin patas y otros de azul que arrastraron con el papá. Las botellas de vino y los vasos quedaron esparcidos por la alfombra y yo lo vi todo a través de mi ojo de cristal.
Abuela, llama la niña cuando ésta le besa la frente y a mí la panza. Su cara sembrada de arrugas sonríe desde unos ojos parecidos al mío y sus manos nos mecen suavemente hasta que ella se duerme.
Papá no ha regresado , mamá tendida en la cama llora su ausencia y regaña a la abuela por mimar a la niña. Ella me aprieta en sus brazos y me escapo en su sueño donde corremos libres sobre un campo de grises y negros. Hoy me quema su piel y tiembla todo su cuerpo mientras la abuela duerme su sueño de viejos.
La caja de madera es pequeña y pintada de blanco, dentro dormimos la niña y yo. Extraña sonrisa lleva ella en sus labios conmigo apretada contra su pecho. Mi ojo de cristal se fija en la luz, se fija en el techo y de pronto deja de verlo todo cuando cierran la tapa de la caja pintada de blanco.
La niña me sonríe porque ya no soy de trapo con un ojo de cristal. Nos fuimos al cielo de brazos y besos y yo con mis cinco dedos ahora la puedo acariciar.
Marco Antonio