Esta pausa produce en mi subconsciente una transición en el tiempo que me transporta a otra época. Entonces, aún recuerdo, expresábamos nuestras ideas y sentimientos de esta única manera, utilizando papel y lápiz o una pluma. Era una emocionante sensación ver aparecer los inequívocos rasgos de las letras trazadas con un lápiz o en tinta al pulso de la pluma.
Aquellos que conocían la manera de escribir del redactor podían llevarse la impresión de su aparente estado de ánimo o quizás hasta algo del carácter y la personalidad que dominaba al sujeto en aquél instante de creatividad intentando cubrir una página en blanco. ¿Cuándo fue la última vez que empuñé un lápiz o una pluma para escribir una carta de amor, o de amistad? ¿En qué momento dejé de expresar con mano temblorosa mi dolor por la pérdida de un ser querido?
...Ella reconoció su estilo y el corazón se le vino a la boca. Las palabras de amor eran más dulces y las promesas más creíbles. Aquellos rasgos de toda la vida eran los mismos, el pulso ahora tembloroso por los estragos de los años no había perdido la convicción ni la firmeza de su carácter. Esta es su letra...
Primero nos fulminó la máquina de escribir, más tarde el ordenador y como todas las adicciones, la comodidad excusada por la eficiencia de la automatización, se abrió paso y se tragó el elemento humano.
Leer entre líneas e ir descubriendo en los trazos el verdadero propósito del escritor se ha ido diluyendo y está a punto de desaparecer. Así que de cierta manera, ya se ha plastificado la emoción de leer una carta escrita a mano; hoy en día casi nadie se atreve a intentarlo porque ni siquiera importa lo gratificante que podría ser recibir una carta cuyo estilo de escritura provocara tantas emociones.
Abandoné el lápiz sobre el papel en blanco y miré por la ventana, veo un inmenso cielo preñado de mañanas. Estoy por jurar que en otros cincuenta años se nos hará difícil escribir las letras, componer las palabras y firmar nuestros nombres.
MarcoAntonio