LO QUE SIEMPRE HEMOS QUERIDO DECIR, PERO HASTA AHORA NUNCA NOS ATREVIMOS

sábado, 19 de marzo de 2011

CUANDO SE PASA DEL "HAY QUE..." AL "YO TE..."




Toda una vida cohabitando sin apenas enterarte que la costumbre es un yugo que nos somete a lo cotidiano como algo natural. Piensas que lo que haces es lo normal y punto; no te planteas que pudiese haber otra alternativa.
Ella comenzaba todas sus frases con: "Hay que… hacer esto, hacer lo otro. Hay que arreglar la cisterna del váter, hay que sacar el perro a cagar, hay que cambiarle los pañales a la niña… Hay que… Hay que…". No tardé mucho en comprender y asimilar que "Hay que…" era su manera de decirme que había llegado la hora de los deberes, porque en verdad allí no había nadie más excepto ella y yo. Ahora que lo pienso con más claridad su estrategia era, sin duda alguna, una contundente solución para delegar sin tener que señalar al acusado. El efecto neurálgico a mi autoestima era devastador. El sentido de culpabilidad me consumía sin saber a ciencia cierta el por qué. "Hay que…" se convirtió en una condena a cadena perpetua.

Toda historia de amor tiene un final y esta terminó como el Rosario de la Aurora. Para escapar del trauma que siempre causa el abuso verbal, crucé el Océano Atlántico y me escondí en la Península. España me acogió con brazos abiertos y allí me refugié desorientado como siempre sucede con las almas en pena. En una ciudad del norte reconocí que el amor otra vez tocaba a mi puerta y no lo cuestioné.
Traté de incorporarme y antes de posar mis pies en la alfombra, ella ya me había calzado las zapatillas.
—Yo te las pongo—me dijo mirándome a los ojos.
—Gracias— le respondí.
En el baño busqué mi cepillo de dientes, pero lo encontré al borde del lavabo con la pasta de diente cuidadosamente administrada sobre la superficie de las cerdas.
—Yo te preparé el cepillo de dientes— se adelantó en decir antes de que yo pudiera pronunciar una palabra.
Terminé de ducharme y ella me extendió la toalla perfumada y tibia y al entrar en la habitación encontré sobre la cama, en riguroso orden y armonía todo el atuendo necesario para ese día.
—Yo te seleccioné la ropa, querido— explicó ella con la felicidad retratada en su rostro.
Me dirigí hacia la cocina, pero antes de que llegara al refrigerador, ella ya había sacado el zumo de arándanos, el hielo y el limón.
—Yo te lo sirvo—y su sonrisa iluminó mi vida.
Fui por mis herramientas para arreglar las bisagras
de la alacena, pero me di cuenta que ya estaban cambiadas y que todas las puertas funcionaban a las mil maravillas.
—Yo te evité ese trabajo amor mío— me dijo casi en un susurro inclinando la cabeza.
Después de diez años sintiéndome inútil e incapaz de anticipar una sola tarea por insignificante que fuera, comencé a perder la confianza, la autoestima y las ganas de aplicar mis conocimientos en los quehaceres domésticos, ni siquiera conducía el coche y nunca le vi el culo al perro porque no confraternizábamos fuera de la casa.
Hay que pensárselo bien cuando uno se pasa del "Hay que…" al "Yo te…"


Marco Antonio