Un soplo del tiempo y el libro de la vida desdobla sus páginas a una impresionante velocidad. Sin saberlo te encuentras más allá de la fase descabellada de tus primaveras y de tus aventuras y entonces empiezas a sentir en la boca del estómago la escalofriante sensación de que pudieses estar viviendo tus últimos capítulos, el desenlace de la novela.
Por fin llegué a los 79 años el 13 de junio y lo primero que invade mi cerebro es la insensata preocupación de que mañana comienza mi primer día del año 80 en este planeta. ¿Qué queda por hacer? te preguntas, y como si estuvieses en la primera página del libro, te respondes que nada ha cambiado, que mil proyectos revolotean en tu cabeza y que aún construyes horizontes imaginarios repletos de ilusiones.
Estos años me han enseñado a reconocer los malos caminos y a elegir donde depositar la confianza y el amor. Leí en un libro que cada día es como un tesoro que hay que vivirlo intensamente llevando de la mano el deseo y la preocupación, uno para intentar ayudar a quien lo necesite, el otro para tener siempre presente que el esfuerzo puede convertirse en algo intangible e imponderable. Mira a tu alrededor, es un mundo donde la miasma se magnifica en extrañas formas, es un mundo donde la espiritualidad y la buena fe desaparecen como las miguitas de pan en un parque de palomas y aún así, sobrevivimos.
Para los que como yo llegaron a esta etapa sin tener una idea clara de cómo se evaporó tanta vida, les aseguro que aún nos queda suficiente tiempo para vivir la madurez con arrojo. Llevamos en nuestra genética armas secretas que se desarrollan según vamos tragando el polvo del camino, el valor para seguir adelante, porque siempre estará ahí, no importa lo abismal o la precario de nuestras circunstancias. La fe se renueva, tal como se cuece el pan de todas las mañanas, aunque los pájaros negros se coman hasta las últimas migas en el parque de las intrigas.
Tenemos la prosa , la poesía, la música y el milagro de la vida que se gesta en nuestro cuerpo para asegurar que continuamos persiguiendo esta visión y que nunca perdemos la esperanza. ¡Sí podemos cambiar el mundo y escribir un mejor final! ¡Sí podemos usar estos secretos sin miedo! Te prometo que con esfuerzo se proliferarán entre tus brazos abiertos y que el propósito de nuestra estancia, tanto para dar como para recibir sobrevivirá hasta que no quede pan que hornear o raíces que se marchiten sin nuestro amor.
Un beso.
Marco Antonio