Cuando me hablas, pienso que es mi cabeza y no tú la que imagina respuestas que no quiero oír. Siempre ocurre cuando tomo una decisión enteramente subjetiva, algo que me agrada y a mi parecer tiene mucho sentido. Claro que sé de donde viene todo eso: Es producto del egocentrismo que se cuece y fermenta dentro de todos nosotros. No nos preocupamos demasiado por las consecuencias o el efecto y alcance de estas decisiones. Entonces es cuando tú, desde mi subconsciente, comienzas a cuestionar y a debatir hasta que finalmente terminas despotricando sin darme cuartel ni muchas alternativas. Sospecho que esta noción del libre albedrío tiene que ser un argumento debatible, mucho más cuando el sentido común es el que actúa por ti, como un heliotropo que persigue al sol. No hay escapatoria, todo ya está debidamente ordenado y sólo se cumple lo que hay que vivir para llegar de una estación en el tiempo a otra en el trayecto por la vida. No me hago ilusiones ni me sorprendo cuando examino la piel de mis años y veo mis buenas y malas acciones ordenadas en una secuencia calculada como si la vida fuera un algoritmo genético de origen y raíces matemáticas. Cuando me hablas, no lo haces desde el silencio porque tal cosa no existe para ti, los debates y las recriminaciones se forjan en la soledad de nuestras almas y en el miedo que nos embarga cuando nos enfrentamos a la incertidumbre de vivir. Todo esto es desconcertante y aunque siempre nos quede la esperanza de que algún día podríamos cambiarlo todo, la verdad es que de nuestro lado sólo nos queda la rebeldía para contradecir lo inevitable.
Marco Antonio
Marco Antonio