-No es fácil cumplir sesenta años -dije llenándome la boca con una sonrisa desbordante, como si apenas me importara, o como si lo hubiera dicho de compromiso.
El hombre me miró comprensivo, con una alegría rara bailándole en los ojos y enseguida me arrepentí de lanzar así nomás una frase que podía ser desafortunada: era obvio que él había traspasado esa frontera y también otras, pero... si quería saber de mí, si se consideraba apto para rastrear y encontrar con su estudio grafológico y su test seudocientífico las causas de mi neuralgia, se lo tenía que aguantar.
El caso es que me importa, y mucho. Lo digo en el papel, se lo digo al papel confiándole el asunto, aunque desde el último domingo, día en que inexorablemente metí adentro de mi vida las seis décadas, desde el momento mismo en que entré al dormitorio de mi madre y le di un abrazo apretadísimo felicitándola (tengo por regla felicitar siempre a la parturienta), algo como un triste alivio se asentó sobre mis alas, esas de volar sobre realidades y fantasías y que siempre están allí, de a ratos más raídas, de a ratos vigorosas como en los días de su estreno.
Ya tengo sesenta años. Ya he cruzado el puente y los tiempos de la plenitud han quedado del otro lado. Desde aquí los veo y les sonrío: siguen siendo míos aunque no estoy en ellos. Es otro el territorio en el que ahora habito, un territorio desapoderado de mediodías y de ambiciones,
No estoy triste. He cruzado. Todo parece igual y todo es diferente. No sólo la neuralgia, eh? Las cervicales empiezan a cobrar algún tributo y el chocolate no sólo engorda sino que trae colesterol. Y hasta versar me sale con un aroma a uvas venerables.
Hay cosas que ya no serán y casi no duele. Hay cosas que fueron y aún llevo en mí su fragancia inagotable. Vendrán otras necesarias, aunque ásperas. Y también quedan por lograr algunas gratitudes.
A caminar, entonces. Que la vida espera. Y ya tiene su carta. La mía.
Rafaela Pinto
El hombre me miró comprensivo, con una alegría rara bailándole en los ojos y enseguida me arrepentí de lanzar así nomás una frase que podía ser desafortunada: era obvio que él había traspasado esa frontera y también otras, pero... si quería saber de mí, si se consideraba apto para rastrear y encontrar con su estudio grafológico y su test seudocientífico las causas de mi neuralgia, se lo tenía que aguantar.
El caso es que me importa, y mucho. Lo digo en el papel, se lo digo al papel confiándole el asunto, aunque desde el último domingo, día en que inexorablemente metí adentro de mi vida las seis décadas, desde el momento mismo en que entré al dormitorio de mi madre y le di un abrazo apretadísimo felicitándola (tengo por regla felicitar siempre a la parturienta), algo como un triste alivio se asentó sobre mis alas, esas de volar sobre realidades y fantasías y que siempre están allí, de a ratos más raídas, de a ratos vigorosas como en los días de su estreno.
Ya tengo sesenta años. Ya he cruzado el puente y los tiempos de la plenitud han quedado del otro lado. Desde aquí los veo y les sonrío: siguen siendo míos aunque no estoy en ellos. Es otro el territorio en el que ahora habito, un territorio desapoderado de mediodías y de ambiciones,
No estoy triste. He cruzado. Todo parece igual y todo es diferente. No sólo la neuralgia, eh? Las cervicales empiezan a cobrar algún tributo y el chocolate no sólo engorda sino que trae colesterol. Y hasta versar me sale con un aroma a uvas venerables.
Hay cosas que ya no serán y casi no duele. Hay cosas que fueron y aún llevo en mí su fragancia inagotable. Vendrán otras necesarias, aunque ásperas. Y también quedan por lograr algunas gratitudes.
A caminar, entonces. Que la vida espera. Y ya tiene su carta. La mía.
Rafaela Pinto
Cada vida tiene su propia caja de Pandora. En ella siempre quedará esa esperanza tácita que nos asegura de que aún no hemos terminado, de que somos parte de un proceso en constante evolución. Una transición más en el entramado de este Universo que nos alberga. No estamos capacitados, pero sí podemos pensar que somos lo suficientemente importantes para reclamar el derecho a encontrar tal mensaje en el fondo de nuestro cajón. ¡Nos amamos demasiado! Ni siquiera a la hora de decirle adiós a la vida aceptamos que el veredicto pudiese ser final. ¡Somos tan humanos!
ResponderEliminarmi nombre María Susana, nacida un 1 de noviembre de 1947. O sea acabo de cumplir 63. Jamás el cambio de década influyó en mi hasta el número 6... pero fue fugaz ,me miré al espejo y el aún me devolvió un rostro que aceptable, me siento joven, dinámica fuerte es entonces cuando me digo que nadie podrá decirme como muchos en la TV. dicen una anciana de de algo más de 60 años. Por favor, hay que sentirse joven y serlo, ubicarse en la edad pero saber que aún podemos mucho y disfrutar de esta vida que un día sin más ni más te lleva casi sin avisar...Feliz cumpleaños Rafaela y eres joven no te quepa duda!Un gusto haber leído tu carta
ResponderEliminar"A caminar, que la vida espera"
ResponderEliminarQué gran frase, querida Rafaela.
Muchas felicidades por tus maravillosos 60 y por tu carta.
Un abrazo.
Muy sabias tus palabras, emperador. Claro que todavía hay más, hasta espero que sea mucho más, y aunque no habrá mediodías quizás Dios me bendiga con un anochecer pleno de luz, mejor que lo ya vivido. Pero decir 60... es lo que digo: haber cruzado un puente. Y ya cruzado ¿qué hacer? Beso enorme, mi querido amigo.
ResponderEliminarY un gusto conocerte, y muchas gracias por tus palabras. Sí, habrás escuchado qué alentadoras son esas referencias a una sexagenaria a la que le ocurrió tal o cual cosa. Grrrrr... No condicen para nada con la enorme mayoría de las mujeres de 60 o 60 y pico que como bien decís, tenemos un aspecto más que aceptable y lo que es mejor, trabajamos, estudiamos y "corremos" como en nuestros mejores tiempos. Otra vez gracias.
ResponderEliminarGracis, chiquita. Por tus palabras y por estar siempre cerca.
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