Cuando el cielo se vuelve gris, y una espesa niebla cubre mis sentidos borrando todo rastro de sonrisas, desearía poder regresar a esos momentos felices de la infancia, en los que los insultos, empujones y desdenes, no llegaban a calar en mí, porque mi mamá, o “la seño”, desplegaba un enorme paraguas rojo que impedía que las gotas de la realidad me mojaran, provocando que enfermara. Regresar a esos besos y abrazos que calentaban mis manos frías cuando me sentía rechazada en los juegos del patio, debido a mi torpeza, o cuando me convertía en el patito feo, de cumpleaños y aniversarios.
En esos días en los que mi mejor amigo es el embozo de la sábana, y abrir los ojos a un nuevo amanecer, resulta la más dolorosa de las torturas, desearía poder girar las agujas del reloj en sentido inverso, y retornar a esos instantes de ingenuidad y ternura en los que lograba sumergirme en un mundo mágico de princesas de chocolate, ciempiés futbolistas y gominolas traviesas que juegan a detectives, y suspiran por su dulce amor.
Y poder construir ese paraguas rojo, para girarlo… girarlo… y girarlo, cual rueda mágica del tiempo, que me concediese el deseo de trasladarme a esos días felices de mi infancia; y allí, convertida en baldosa amarilla, recorrer, únicamente, el camino del arco iris.
Natalia