Llevo en el alma el miedo de una amiga. Una mujer de libros, de poesía, de pasiones extremas cuya vida es un milagro más.
Hace algún tiempo escribió una pequeña joya titulada: “Ese ojo que me mira”- Este libro fue publicado por la editorial de la Universidad de Puerto Rico. Ella se llama Loreina Santos Silva. Mi maestra. Una de mis almas gemelas.Un fragmento de su libro:
AGAPICIDIO # 1
(Licencia de escritor: suicidio)
“Madre, ese ojo que te mira, te ve la muerte en la pupila. Te ve la muerte, hija de la noche, hermana del sueño, regocijada en la vendimia. Ese ojo te ve la muerte, uñas asesinas en el azogue transparente de tus ojos, viajera con regreso, en eternas despedidas. Tú la ves, guadaña inequívoca que se acerca para el corte, para el cambio, para la irremediable salida… Ese ojo que te mira sabe que vas a morir. Por eso abandonaste a Garmendía, una esperanza perdida. Estamos en la casa de La Aldea. Sabes que el abuelo no quiere a tus hijos ni en los estrechos predios de la cocina. Por eso a la hora misteriosa entre la noche y el día cuando los rayos entre naranja y achiote empiezan a filtrarse por las ramas negrecidas, en puntillas, abandonas el lecho, me tomas de la mano, me llevas a las millas por la cuesta del río hasta la calzada que entorpece la corriente enfurecida. Este ojo que me mira, me ve de unos cuatro y medio, pequeña, desvalida, saltando como garza, no puedo nivelarme con tu prisa. No ves a nadie, no saludas. Pilar, la tabacalera, en su ventanita miserable. Pilar, Pilarcita, flaca, arrugada, chiquita te dice adiós, la mano se le descabrita. No la ves, no la miras. Vas demente. En el delirio de tu fiebre hay una idea fija. Te tragas la cuesta, no tropiezas ni siquiera en la calzada que te lleva al hondo charco homicida. Pilar te lee la idea, nos sigue muy de cerca, sigilosa, tranquila. Me le quedo mirando, me retraso, mis ojos se agarran fuertemente a sus pupilas. Tú me arrastras hacia abajo, mi cuerpo se va hacia arriba. Pilar detrás de nosotras, descalza, de prisa, perseverante, decidida. Llevo túnica blanca de las que me ponen en verano para combatir la sofocante brisa. Me esfuerzo por ir a la par de tus pasos, brinco, salto, me rezago. Pilar ha visto el esqueleto rosa con su lengua de vidrio estirada y agresiva a tus espaldas y a las mías. Me lame las costillas. Pilar nos sigue a una distancia atrevida, salta las piedras de la calzada, ve cuando tú, madre, me sumerges en el charco. Pilar grita, se tira al agua, me devuelve en sus nervudos brazos a la orilla, pide auxilio armando tremenda gritería. Madre, a ti también te salvan la vida. Nadie sabe que no te importa ni la tuya ni la mía. Nadie sabe que el abuelo no nos quiere ni en los estrechos predios de la cocina. Te lo ha dicho, no recuerdo si con uno o más carajos. Tú sufres en forma innombrada el desprecio de tu semilla. Me prefieres muerta a niña vituperada, mal querida. Nadie puede llamarte homicida, sólo agapicida. Por amor quieres llevarme contigo a las arcanas maravillas…”
Dra. Loreina Santos Silva, Puerto Rico.
Hace algún tiempo escribió una pequeña joya titulada: “Ese ojo que me mira”- Este libro fue publicado por la editorial de la Universidad de Puerto Rico. Ella se llama Loreina Santos Silva. Mi maestra. Una de mis almas gemelas.Un fragmento de su libro:
AGAPICIDIO # 1
(Licencia de escritor: suicidio)
“Madre, ese ojo que te mira, te ve la muerte en la pupila. Te ve la muerte, hija de la noche, hermana del sueño, regocijada en la vendimia. Ese ojo te ve la muerte, uñas asesinas en el azogue transparente de tus ojos, viajera con regreso, en eternas despedidas. Tú la ves, guadaña inequívoca que se acerca para el corte, para el cambio, para la irremediable salida… Ese ojo que te mira sabe que vas a morir. Por eso abandonaste a Garmendía, una esperanza perdida. Estamos en la casa de La Aldea. Sabes que el abuelo no quiere a tus hijos ni en los estrechos predios de la cocina. Por eso a la hora misteriosa entre la noche y el día cuando los rayos entre naranja y achiote empiezan a filtrarse por las ramas negrecidas, en puntillas, abandonas el lecho, me tomas de la mano, me llevas a las millas por la cuesta del río hasta la calzada que entorpece la corriente enfurecida. Este ojo que me mira, me ve de unos cuatro y medio, pequeña, desvalida, saltando como garza, no puedo nivelarme con tu prisa. No ves a nadie, no saludas. Pilar, la tabacalera, en su ventanita miserable. Pilar, Pilarcita, flaca, arrugada, chiquita te dice adiós, la mano se le descabrita. No la ves, no la miras. Vas demente. En el delirio de tu fiebre hay una idea fija. Te tragas la cuesta, no tropiezas ni siquiera en la calzada que te lleva al hondo charco homicida. Pilar te lee la idea, nos sigue muy de cerca, sigilosa, tranquila. Me le quedo mirando, me retraso, mis ojos se agarran fuertemente a sus pupilas. Tú me arrastras hacia abajo, mi cuerpo se va hacia arriba. Pilar detrás de nosotras, descalza, de prisa, perseverante, decidida. Llevo túnica blanca de las que me ponen en verano para combatir la sofocante brisa. Me esfuerzo por ir a la par de tus pasos, brinco, salto, me rezago. Pilar ha visto el esqueleto rosa con su lengua de vidrio estirada y agresiva a tus espaldas y a las mías. Me lame las costillas. Pilar nos sigue a una distancia atrevida, salta las piedras de la calzada, ve cuando tú, madre, me sumerges en el charco. Pilar grita, se tira al agua, me devuelve en sus nervudos brazos a la orilla, pide auxilio armando tremenda gritería. Madre, a ti también te salvan la vida. Nadie sabe que no te importa ni la tuya ni la mía. Nadie sabe que el abuelo no nos quiere ni en los estrechos predios de la cocina. Te lo ha dicho, no recuerdo si con uno o más carajos. Tú sufres en forma innombrada el desprecio de tu semilla. Me prefieres muerta a niña vituperada, mal querida. Nadie puede llamarte homicida, sólo agapicida. Por amor quieres llevarme contigo a las arcanas maravillas…”
Dra. Loreina Santos Silva, Puerto Rico.