Cartas al Olvido
Si una rosa roja se oscurece al marchitarse. Si las sombras del anochecer opacan todo el paisaje, la vida pasa y todo se transforma. Habían vivido en el mismo barrio, en aquel país difícil que es nuestra patria, aunque el exilio los llevo lejos buscando otros horizontes. Tal vez estuvieron juntos en los conciertos de la Facultad, tal vez se rozaron en el mismo club bailando boleros. Tal vez… Pero no llegaron a conocerse, y un día él se fue a Israel a buscar sus raíces.
De padres polacos escapados del exterminio, que emigraron a la Argentina, el a los 26 años quiso saber el destino de sus abuelos y familiares. Allí se enamoro, se caso y formo una familia, volvió a Buenos Aires algunas veces a visitar a sus padres y cuando murieron no regreso nunca más.
Hay una mañana fría de invierno con la angustia del exilio, las lluvias intermitentes que traen el viento helado del Sur y un viaje en avión. El recuerdo de todo lo vivido, el olvido de a poco y la desolación de una vida distinta, otro idioma que cuesta, otros códigos, otros sabores, otras costumbres. Un día volver, y no saber ya cual es nuestro lugar, ir y venir como eterna viajera y aferrarse a una ilusión por Internet, conocer gente de lugares lejanos.
Los años nos van llevando a la parte más vulnerable y mas cierta de si mismo, escribir, perderse en gigantescas bibliotecas queriendo saberlo todo, sumergirse en historias de vida, y comprender que la literatura es lo único que nos alienta a vivir plenamente. Meterse de cabeza en talleres literarios, foros, blogs y sentir que nos une con otros esa pasión por las letras, herramientas del alma que forman los libros que nos apasionan.
Así se encontraron ella y el, simplemente hablando de cuentos de hadas y príncipes, de poemas, de música de violines, piano. Así escuchaban conciertos, que se enviaban todas las mañanas, las confidencias, los hijos, los nietos, la soledad. Así supieron que alguna vez estuvieron tan cerca, que pudieron enamorarse en la juventud. De pronto la costumbre de las cartas terminó convirtiéndose en amor, un amor cibernético, blanco como un jazmín adolescente.
Y después de unos pocos meses, la muerte. Otra vez la soledad. El olvido.
¿Existe el olvido?
Una rosa roja, se deshoja al marchitarse, y las sombras oscurecen el paisaje.
Carmen Passano
Si una rosa roja se oscurece al marchitarse. Si las sombras del anochecer opacan todo el paisaje, la vida pasa y todo se transforma. Habían vivido en el mismo barrio, en aquel país difícil que es nuestra patria, aunque el exilio los llevo lejos buscando otros horizontes. Tal vez estuvieron juntos en los conciertos de la Facultad, tal vez se rozaron en el mismo club bailando boleros. Tal vez… Pero no llegaron a conocerse, y un día él se fue a Israel a buscar sus raíces.
De padres polacos escapados del exterminio, que emigraron a la Argentina, el a los 26 años quiso saber el destino de sus abuelos y familiares. Allí se enamoro, se caso y formo una familia, volvió a Buenos Aires algunas veces a visitar a sus padres y cuando murieron no regreso nunca más.
Hay una mañana fría de invierno con la angustia del exilio, las lluvias intermitentes que traen el viento helado del Sur y un viaje en avión. El recuerdo de todo lo vivido, el olvido de a poco y la desolación de una vida distinta, otro idioma que cuesta, otros códigos, otros sabores, otras costumbres. Un día volver, y no saber ya cual es nuestro lugar, ir y venir como eterna viajera y aferrarse a una ilusión por Internet, conocer gente de lugares lejanos.
Los años nos van llevando a la parte más vulnerable y mas cierta de si mismo, escribir, perderse en gigantescas bibliotecas queriendo saberlo todo, sumergirse en historias de vida, y comprender que la literatura es lo único que nos alienta a vivir plenamente. Meterse de cabeza en talleres literarios, foros, blogs y sentir que nos une con otros esa pasión por las letras, herramientas del alma que forman los libros que nos apasionan.
Así se encontraron ella y el, simplemente hablando de cuentos de hadas y príncipes, de poemas, de música de violines, piano. Así escuchaban conciertos, que se enviaban todas las mañanas, las confidencias, los hijos, los nietos, la soledad. Así supieron que alguna vez estuvieron tan cerca, que pudieron enamorarse en la juventud. De pronto la costumbre de las cartas terminó convirtiéndose en amor, un amor cibernético, blanco como un jazmín adolescente.
Y después de unos pocos meses, la muerte. Otra vez la soledad. El olvido.
¿Existe el olvido?
Una rosa roja, se deshoja al marchitarse, y las sombras oscurecen el paisaje.
Carmen Passano