LO QUE SIEMPRE HEMOS QUERIDO DECIR, PERO HASTA AHORA NUNCA NOS ATREVIMOS

martes, 4 de marzo de 2014

HISTORIAS PARA DORMIR...

Se aferró a la palanca con determinación, sus dedos rodearon firmemente el trozo de piel de serpiente que cubría el mango de la barra de madera y plantó los tacones de sus raídas botas contra el grueso borde de la plataforma a tres metros del suelo donde le tocaba sentarse. Levantó la cabeza y lanzó una mirada hacia el otro lado de la plaza; el Alcalde le observaba. El silencio era absoluto con excepción del velado crujir de las madejas de paja seca que rodaban arrastradas por el viento levantando el polvo rojizo de aquel pueblo sin nombre perdido en medio del desierto.

El alcalde extrajo un reloj del pequeño bolsillo de su chaqueta e intentó limpiar la superficie del cristal con el sudor de su pañuelo. Miró la hora y después observó la posición del sol en esos momentos, al parecer quedó satisfecho, solo faltaban dos minutos para las tres de la tarde. Le estuvo curioso que el hombre en la tarima estuviese tan calmado, llevaba parado allí como una estatua y con las manos atadas a su espalda por más de media hora; también era curioso que no demandara que le removieran la capucha negra que le cubría la cabeza. Otros en su posición, temblaban de pies a cabeza y no soportaban el peso de la soga que ahora descansaba alrededor de su cuello.

El alcalde dedujo que había tantos niños como adultos en este evento. Bueno, no todos los días colgaban a un malhechor de tanta categoría, un criminal buscado por muchos en cuatro estados del sur y finalmente atrapado aquí, en el rincón más absurdo de la tierra. Este año de 1886 no fue muy bueno para los cuatreros en Tejas.

La primera campanada estremeció a todos los allí presentes. El cura también mantenía una estricta tradición en su iglesia, la exactitud de la hora y el tañer de sus campanas. El alcalde volvió a comprobar su reloj: eran las tres de la tarde... en punto. Sonó la segunda campanada, había llegado la hora, el alcalde se volvió hacia la tarima y fijando la mirada en el hombre que se aferraba a la palanca como si de su diligencia dependiera la vida misma, hizo un leve movimiento de cabeza...Sonó la tercera campanada.

El hombre tiró de la palanca con todas sus fuerzas, la trampilla sobre la cual el malhechor descansaba sus pies desapareció con un crujido del mecanismo confiado y bien lubricado. El cuerpo se precipitó al vacío por el agujero de la trampilla, en un instante se tensó el nudo de la horca, y la multitud cercana al cadalso pudo percibir el leve pero truculento sonido de las vertebras que ceden ante la fuerza de la gravedad. El cuello se había deformado y las piernas en una pugna grotesca daban sus últimos espasmos antes de quedar sin vida. Todo acabó en un instante, entonces el alcalde ...

Margarita cerró el libro de cuentos y miró a través de los barrotes de la cuna, en algún momento Pablito se había quedado dormido escuchando la impresionante narrativa. Esto era algo incomprensible para ella. Había comenzado leyendo cuentos del osito, después Blanca Nieves y la Cenicienta. Más tarde estas historias ya no le servían, así que intentó leerle aventuras de piratas y las de Tarzán de los monos. Ahora leían novelas del Oeste Americano, pero no estaba segura hasta cuándo le arrullarían estas historias, en verdad, no lo sabía. Mañana intentaría comenzar con Edgar Allan Poe.

Marco Antonio

2 comentarios:

  1. Vaya con el cuento y para un niño!! Es que muchos cuentos bellos ya no sirven en el mundo en que vivimos. Habría que analizar que sucede en los niños y en este en particular que con algo tan horrendo puede dormir. Toda u a historia amigo y llena de lecturas diversas. Un abrazo!!

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  2. Es mi mente retorcida querida mía. Me sueño estas cosas cuando ceno perros calientes tarde en la noche. Un beso
    Marco Antonio

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